Cuando era pequeña, me enseñaron que había que soñar muy alto y agarrar los sueños muy fuerte. Nunca dejarlos escapar, porque si no sueñas así, nunca conseguirás nada.
Yo me agarré tan fuerte al mío, que hasta crecí con el. Mi padre no paraba de fotografiarme (el también es fotógrafo profesional) y así entre rollos de negativos, papeles y químicos, mi padre me contagió su amor y entrega por la fotografía.
Mi sueño poco a poco iba tomando forma. Formación, prácticas y salidas a espacios desconocidos, siempre con la mejor compañía que no podía ser otra que la de mi padre.
Trabajo duro, constancia, tiempo, mucho tiempo… con el cual aprendí que cada esfuerzo obtiene su recompensa.
Sin darme cuenta, llegó mi primera boda. Iba de ayudante de mi padre. Nervios, ganas de romper con las reglas, de hacerlo de forma diferente, de componer y de emocionar.
Por eso me empeñé en seguir con ello. Y es que por muchas fotos que haga, siempre pienso que para cada cliente son sus fotos, las fotos de su vida y por ello tenemos que dar lo mejor de nosotros SIEMPRE.